La casa del lago
Gelesen von Alba
Charles Nodier
Paseándome sobre el lago de Ginebra vi, al pasar por delante de un viejo castillo abandonado, el terror impreso en el rostro de mi barquero que remó con todas sus fuerzas para alejarse del lugar. -¿Qué te ocurre? —le dije. -¡Ah! señor, permítame huir lo más pronto posible; vea aquel fantasma de la ventana que me está amenazando. Vi en efecto, un espectro que hacía gestos amenazantes.—¡Esta sí que es buena! Cuéntame pues qué sucede de extraordinario en este castillo.—Señor, —prosiguió el barquero— hace tiempo yo era pescador, y muy intrépido; cien veces me habían dicho mis compañeros: «Honoré no te acerques al viejo castillo; aunque los peces sean muy abundantes en ese lugar, no te dejes tentar, porque todas las almas del otro mundo habitan allí». Despreciaba sus consejos y, como veía a diario mis redes bien llenas, regresaba todos los días a aquel nefasto lugar; había visto en numerosas ocasiones a los aparecidos, pero me burlaba de ellos y, desde mi barca, les plantaba cara.
Una noche, ¡noche funesta! estaba sacando mi traína cuando vi a un fantasma horroroso andar sobre el lago; no me asusté y agarré mi remo para hacer retroceder al espectro (el mismo que acaba de ver) pero ¡oh, horror!, el monstruo sacude su brazo y origina una llama que iluminó todo el lago; en ese mismo instante llenó mi barca de reptiles; el fuego salía de su boca, de sus fosas nasales, de sus ojos, y su voz se asemejaba al trueno. Luego, con una mano vigorosa agarró mi barca y, en un abrir y cerrar de ojos, la hizo desaparecer. Mientras toda mi pequeña fortuna desaparecía, escuché al fantasma decir: «Temerario, el infierno va a recibirte; que este ejemplo enseñe a los débiles humanos a no luchar jamás contra los espíritus infernales».
Mientras tanto, yo nadaba con todas mis fuerzas sin saber hacia dónde iba; por fortuna para mí encontré a un pescador que me recogió, me hizo volver a la vida (pues había caído casi muerto en su barca) y me condujo a mi casa. Desgraciadamente, yo me salvé, pero mi barca, mis redes, mi hermano pequeño, todo pereció.
Eso es lo que me sucedió, señor; por eso no me acerco jamás a ese maldito castillo si no es por orden expresa de los viajeros.
Desde entonces, llevo una triste existencia, soy criado, mientras que antes me ganaba bien la vida y la de mi pobre familia.
—Amigo mío, siento mucho tu desgracia, pero quiero ir a ver el espectro.—¡Que el cielo le proteja, señor, no regresará de allí con vida!—¿Vienes conmigo?—¡No! Ya recibí una buena lección.—Entonces desembárcame.—No haga esa locura, por Dios.—Vamos, desembárcame.—De acuerdo, pero lo esperaré a una cierta distancia.
Y ahí me tienen, al anochecer, al pie de la torre del castillo. Iba armado hasta los dientes, no contra los fantasmas —porque no creía en absoluto en ellos— sino por miedo a encontrarme con habitantes de este mundo ocupados en cualquier cosa que no fuera rogar a Dios. Entro, todo estaba tranquilo en el castillo, enciendo una vela, me paseo por todas partes, lo veo todo en orden, me instalo en una habitación y, con las armas sobre la mesa, espero al enemigo con pie firme.
Empezaba a creer que los diablos o los espíritus me respetarían, cuando oí caer algo por la chimenea: me levanto para mirar, era una cabeza de muerto; un instante después le siguió una pierna, luego los brazos y finalmente el resto del cadáver. «¡Oh! ¡oh! —me dije— no se está demasiado bien aquí; estos espíritus hacen algo más que dar miedo». Estaba pensando en retirarme, cuando se oyó un ruido de cadenas; presto atención, y muy pronto veo a mi espectro que me dirige estas palabras: —Incrédulo, ¿no te bastaba el terrible castigo de tu barquero, tenías que venir a esta casa?... ¡Tiembla temerario! Todo el infierno se ha desencadenado contra ti. No pierdo la cabeza, le disparo al fantasma; él se ríe de mi cólera, y tras un gesto suyo, una multitud de demonios entra en el aposento. Producían un ruido horroroso. Huyo de aquella maldita habitación, llego a una escalera, subo, me precipito en otra y en ésta encuentro a un espectro envuelto en un sudario manchado de sangre; huyo de nuevo, miles de esqueletos me agarran con sus manos descarnadas; les ataco con mi sable, pero mis golpes no producen ningún efecto; un espectro monstruoso quiere arrojarse sobre mí, lo evito, escapo; pero no sé muy bien a dónde ir, pues una humareda densa e infecta llena toda la estancia: perseguido sin cesar por un ejército de fantasmas, me precipito hacia una habitación vecina; pero tan pronto como he puesto el pie dentro, el suelo se hunde y caigo no sé dónde.
Estuve sin conocimiento y sólo me recuperé cuando estuve a orillas del lago. Mis ropas estaban hechas harapos, y me encontraba tan débil que no podía tenerme en pie. Mi pobre barquero vino a recogerme y me dijo que desde el lago había visto cosas que lo habían dejado helado de pánico, y que creía firmemente que yo no era ya de este mundo.
Tomamos tristemente el camino de regreso hacia Ginebra; allí, le di a mi conductor una suma lo suficientemente fuerte como para permitirle volver a su primera profesión.
Por lo que a mí respecta, fui en numerosas ocasiones a pasearme por el lago, pero jamás me sentí tentado de volver a visitar el infernal castillo.
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.